El ascenso de Javier Milei abrió una grieta dentro de la ultraderecha hispana, que ahora lo acusa de traidor por su mezcla de libertarismo radical y posturas conservadoras.
La victoria de Javier Milei en Argentina reconfiguró por completo el mapa político de la derecha en el mundo hispano. Su triunfo con más del 55% de los votos lo proyectó como una figura influyente, pero también expuso fracturas entre movimientos que antes parecían caminar juntos.
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La mayoría de los líderes de ultraderecha lo celebró de inmediato. Jair Bolsonaro, Donald Trump y Santiago Abascal destacaron su llegada al poder como un símbolo de renovación ideológica en la región. Aunque sus felicitaciones reforzaron la idea de un frente político común, el entusiasmo no es uniforme: varios referentes lo señalan ahora como un traidor a la causa por sus posturas económicas extremas y su estilo impredecible.
Analistas coinciden en que Milei mezcla elementos del libertarismo económico con una agenda moral conservadora. Ese cruce lo acerca a la ultraderecha tradicional, pero también lo convierte en una figura difícil de ubicar. Su rechazo al Estado, su idea de cerrar el Banco Central y su defensa de la dolarización generan entusiasmo en algunos sectores, pero incomodidad en otros que prefieren discursos más nacionalistas.
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Al mismo tiempo, su giro reciente hacia posturas más conservadoras, como su rechazo al aborto, alimenta sospechas dentro de movimientos que esperaban más coherencia con su origen libertario.
Mientras tanto, sectores de derecha convencional lo observan con cautela. Muchos creen que Milei creció gracias a un voto de hartazgo más que a una sintonía ideológica profunda. Esa mezcla de apoyo fervoroso y desconfianza hace que su figura divida a la ultraderecha más que unirla.
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