
Cuatro décadas después de la tragedia de Armero, cientos de familias siguen buscando a los niños que desaparecieron entre el lodo. La esperanza permanece viva.
Cuarenta años después de que el volcán Nevado del Ruiz arrasó Armero, el país sigue enfrentando una herida que no cierra: los niños que desaparecieron en medio del caos. Martha Lucía López, madre de Sergio Melendro, participó en una ceremonia simbólica en la que cientos de barcazas con fotografías navegaron por un río cercano. Cada una representó una historia inconclusa.
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López perdió a Sergio, de cinco años, la noche de la avalancha. Ella y su esposo sobrevivieron al refugiarse en un árbol, pero su casa quedó destruida y no volvieron a ver al niño. Con los años, recibió pistas confusas, visitas frustradas al ICBF y hasta la versión de que su hijo habría terminado adoptado en Estados Unidos.
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Testimonios como el de Ancizar Giraldo, quien tenía 12 años en 1985, señalan que muchos menores terminaron distribuidos entre instituciones, hogares sustitutos y familias que los acogieron sin registro oficial. La falta de control estatal y la desorganización del momento dejaron a cientos sin identidad ni rastro.
La Fundación Armando Armero ha documentado 580 casos de niños perdidos; 71 habrían sido adoptados. Solo cuatro han sido encontrados con vida gracias a pruebas de ADN. Mientras tanto, el ICBF revisa archivos y digitaliza el llamado “libro rojo”, que estuvo reservado por décadas y que contiene información parcial.
A pesar del tiempo, las familias no se rinden. “Son 40 años de esperanza”, dijo entre lágrimas Benjamín Herrera, padre de Óscar Fernando. “Esperaremos los que sean necesarios”.
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